domingo, 31 de mayo de 2009

Un paquete


Yo no soy quien para hablar, pero si para abrir huecos, espacios y ventanas de quienes me los han abierto.

Es un buen momento para no quedar sola ante una evidencia que ha salido a la luz y que se llama Cuba.

Yo no conozco Cuba. No pude ir o no se cruzó en mi camino porque he hecho poco, casi nulo, turismo.

A mi me llegó universalmente. Como me llegó la alegría al corazón. Como llega la brisa y el amor.

Yo conozco una voz poderosa y eterna. Una voz que sana y alumbra. Que secunda voces magníficas que reclaman Dignidad.

Reclamar un lápiz es dignidad. Unas pocas cosas cotidianas, una colecta de amor y de justicia, una mano. Un paquete. Es esa la campaña.

Un paquete por mes desde cada casa.
Un disco comprado por primavera y otro en otoño es el mensaje en la botella.

Una batidora en el agua contra el tiburón. Una parada junto a las rocas antes de la tormenta. Unas rosas en la orilla. Un regalo sobre los zapatos es devolver a la estrella un instante de su luz durante la noche que se comparte.

No es sólo ilusión. Es la llama que se nos ha quemado, aquella que se apagó sin que reparásemos. Lo que se perdió sin vuelta ni viñeta que codificar. Un suspirito que esconde ese desvelo. Pena. Punzada o dolor.

Pero de tan fácil se devuelve imposible.

El soplo que no damos lo convierten en tornado y en tifón. En tormenta de arena.
Y así el Amor se convierte en montaña de sal o de arena. Se petrifica y solidifica como un cucurucho, como sorda caracola, como aquel artículo de broma que alguien trató de suavizar, tentando a la suerte de la memoria.

Pero no pudieron. El Amor es lo que tiene. Se puede vaciar e incluso herir. Se puede rebajar el Amor y se puede odiar al Amor. Pero solo temporalmente.
Se puede cambiar de color a la luz, oscurecerla, descomponerla, asustarla, pero no se puede vivir siempre de espaldas a la luz. Por mucho que aleguemos que no tenemos ojos en la nuca. Por mucho que miremos hacia otro lado siempre existe un perfil. Una deuda de la que se duda. Una zozobra en un alma moribunda. Un aleteo si se busca. Una luna perpetua, mágica e insostenible. Una canción que quisimos aprender. Una conciencia que no pasa de moda. Un barquito que se balancea, siempre alerta en la superficie. En la inmensidad que no alardea ni impresiona.

Yo no insisto en poder tocar más que en sueños la orilla de una de sus playas. De los pequeños lagos interiores que me he imaginado, dulces y salados.
Simplemente agradezco la muestra del inmenso esfuerzo para que así el mío, tan pequeño, se refuerce. Soy dedudora de la suerte que tengo, en mis pérdidas instantáneas, en mis cortos sufrimientos, en lo poco que hablo y disfruto.

Doy gracias porque quien debiera exigirme, me calma. Quien debería zarandearme, me canta.
Gracias por denunciarme desde Cuba como criminal de guerra, no porque ahora me acuerde de los dólares que gasté en maquillaje, por esa mesa absurda y pesada que veo en lugar de los tres mil lápices.

Es por ese paquete mensual que olvidé.

Es ese paquete, el que en este momento supone ese soplo que aviva la llama de la antorcha blanca en la que se convierte el ridículo cucurucho. La pluma sin pintura que trató de justificar un matasuegras, la que se levanta y vuela.


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