
He leído que la crisis de ansiedad está relacionada con la crisis de pánico.
Y he leído que, el juez Baltasar Garzón ha acudido a una clínica de Madrid aquejado de una de ellas.
No se por qué el nombre del caso en el que está trabajando está escrito en alemán. Pero si he de dar fe de que el terrorismo español se parece bastante al nazi. Si ustedes se fijan en los campos de concentración o en las cámaras de gas observarán similitudes con algunas de las imágenes que hemos tenido que padecer en nuestro País, recientemente.
En materia de persecución las similitudes existen. Se difama a la persona y se roban sus tesoros. Se ocupan de cambiar su identidad y su personalidad. Y finalmente, se van retirando sus Derechos Fundamentales para que parezca menos humana y se le pueda robar mejor. Así pues, el delito deja de ser delito para convertirse en plural: en suma o multitud de delitos perpetrados con el consentimiento colectivo.
Yo estoy viviendo esta situación, y también mi hija. Como llevo veinte años- algunos más suaves que otros- en esta tesitura, me he acercado emocionalmente a los jueces.
A mi me gusta abstraerme de las circunstancias propias para ganar en objetividad. Y no porque tenga vocación de juez, sino por la proximidad que mantengo con los delitos de los que he sido objeto. Quizás fueron trampas y cepos preparados para quitarme años, o trabajo, o ilusión o fuerza. Preparados o no, no había llegado a verlo tan claro como ahora. Ahora que me doy cuenta que la estatura, la política o la notoriedad, no tienen nada que ver con unos problemas que millones de españoles estábamos padeciendo.
No es el robo de la madre ni del padre, ni del trabajo o del amor, sino la inquina y la mezquindad con la que se perpetra lo que aumenta mi rabia y mi desprecio.
Es la mala sangre la que aborrezco. Las mentiras plagadas de virus repasados de anticualla y de mediocridad. La mala copia sangrante y desfigurada. La horterada en mayúsculas. El marcaje indiscreto. La cobardía tan palpable y pueril. Esa villanía bellaca que trasciende como si fuese notoria. Ese complejo que tiraniza la inteligencia y que aprende a degradar el sentido común de la ley.
El que aprovecha las involuciones y los atentados. Y contra el que no lucha el progresismo.
Y aprovechándose del cuerdo, otros poderes se alían para destruir. Como aves de rapiña a la pieza que no se presta. A la que huye o no se enfrenta. Espantando la Solidaridad y secundando a los barracos.
No hay nada más barraco que un cargo malvado que despierta a aquellos que, agazapados, esperan su turno de voracidad. Puede ser arquitecto o ingeniero de cualquier evento que interese si, políticamente, lo hacen suyo.
Este tipo hortera venido a más se venga de lo que otros seres humanos hicieron con quien encuentra algún tipo de relación histriónica- bastaría la genética humana o cualquier estereotipo histórico- .
Y a vender. A vender por la fuerza a los mansos. Quiero decir, asustarlos. Lo suficiente como para que les sigan.
Y es a los mansos a los que me dirijo. Que no amansados. Sino sabios. Porque sabiéndolo todo, no encuentran -no encontramos- una forma no violenta de parar a tanto hortera de fumanchú.
Y si la inspiración de los barracos es tan pobre. Si sus propuestas son tan antiguas, habrá que atacar las imágenes y despojarlas de notoriedad. Para ver claramente la referencia y atacarla debidamente, si ésta no es de ley ni de humanidad, ni de recibo.
Averiguar las fuentes y situarlas en la realidad constitucional es una tarea de jueces, pero también lo es de la Ciudadanía.
Y ahora que el juez Baltasar Garzón ha llamado la atención y hemos podido comprobar que es por motivo de salud y por lo tanto, vital a más no poder; por mi parte entiendo que debo de concentrarme. Y que debo de combatir no sólo por mi. Sino porque como ciudadana estoy en deuda con su trabajo.
He leído muchos mensajes de apoyo hoy en un diario de tirada nacional. Yo también he dejado el mío. Pero con eso no basta.
La tarea es de todos los que no queremos que se nos destruya.
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