
Veo de nuevo al grajo sobrevolando la tierra árida y polvorienta. Muerta y rígida. Descuidada. Sorda. Tierra de aragón.
Negro y solitario, anodino y cumplidor, el cuervo que anuncia la muerte, revolotea racheando el campanario.
Las casas no se levantan. Enmudecidas. Algunas todavía conspirantes, secundando el vacío.
Nada. Polvareda rojiza que se revuelve arremolinada.Sólo Muerte.
Sabe el cuervo grajo que está solo.
Que nadie le mira. Y que se avergüenzan.
Yo no te pido que vueles. Ni que entierres la locura provocada. El asesinato planificado. La airosa imagen de las manos envenenadas llenando la iglesia.
No te pido que anuncies la imagen ensangrentada de la inocencia. El trastorno del infeliz autoinmolado. La desgracia colectiva de la amnesia.
Pero ya es tarde porque siempre fue tarde. Sólo muerte y polvo. Pobreza en tierra de posibles. La esperanza muerta en un quinto árido, pequeño y devorado.
Y entre paredes, entre huertas, hurtos y tiranteces, la mañana se encierra sin levantar la cabeza.
Algunas risas en el aire, como sordos ecos de la vida sin cabeza.
No hay flores ni guitarras, ni voces ni alimañas.
No hay alma.
No hay Alma.
Sólo el grajo cuervo sobrevuela extrañado y sospechante.
Porque a él también le avisa la forma. La Figura.
Como una sospecha, que presiente.
La gran carcajada asesina de los Hombres Muertos:
En Pie.
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