martes, 24 de febrero de 2009

Al joven


Es mi País, un País de ingratos.

Aquí no se enseñan las palabras mágicas. No se dice gracias ni por favor. No se respeta la distancia de seguridad. No se elevan los triunfos o trabajos conseguidos cuando alguien termina su mandato o su contrato.

Pero no es porque sea duro. Porque el nivel suba, o porque se quiera obtener la de gold.

Es debido a la mala educación.

La mala educación se va transmitiendo de padres a hijos o a través de entornos sociales.La mala educación supone una agresión contínua y perpétua hacia nosotros mismos.Aquí nadie va al psicólogo para reeducarse. Normalmente se va porque se detecta alguna patología. Y ningún psicólogo del mundo puede convencer del cambio a quien no lo desea.

No quiero decir con ésto que otros países disfruten de mejor educación que la nuestra.
Pero si he de distinguir a Japón entre todos ellos; porque a mi modo de ver, gracias a ellos hemos disfrutado de paz mundial en uno de los siglos más belicosos y más trágicos de la historia de la humanidad.
Admiro a los japoneses. Su forma habilidosa de compartir la escasez cuando la hay y su tremenda sabiduría no sólo en la ingesta. También en la nutrición y en la cocina.
Todo tiene su contra-pensarán- y es cierto. Estirar demasiado no es bueno.
Pero, en mi distancia, lo considero un buen maestro.

Lástima que no pueda expresar mi opinión. Porque aquí se reirían. En el nuestro muy pocas cosas son de España. De hecho, cuando vas a denunciar un atropello o un delito, has de escribir el nombre y el apellido del denunciado. ¿Y si te equivocas y quien delinquió lo hizo a nombre de un tercero? ¿De qué forma puedes ayudar a la justicia si obligas a que varias personas tengan que perder su tiempo por un inicio equivocado?

Ayer dimite un ministro. U hoy. Pero nadie estima su labor, sus intentos, su trabajo...
Y se insiste involucionando con el divide y vencerás cuando todavía no se ha superado el civismo, las leyes, la convivencia o por desgracia, la comadrería.


Por eso, cuando se creyeron mayores y nos hicieron creer que se había superado una dictadura y una transición, temblé. Me costó muchísimo comprender una división territorial a 2000 años de Roma. A más de 1000 de los feudos. A 500 de persecuciones de pueblos enteros. A 300 de obcecación estamental. A 100 de cambios de gobierno y golpes de estado. Y a 50 de dictadura.
Por eso, temblé y tiemblo hoy cuando padezco los múltiples intentos cotidianos que agreden el comportamiento demócrata. Profesional y personalmente.

Es de mala educación correr cuando todavía se mutila a mujeres y a niños. Es de mala educación no ser agradecido. Aprovechar la pena atenuante cuando existen relaciones de parentesco. Consentir las amenazas y los secuestros. Ignorar a nuestra generación o aprovecharnos de la víctima, victimizándola.

Es de mala educación robar al País. Es de muy mala educación huir con el dinero que en él has ganado. Es de mala educación ser corporativista cuando no se es solidario. Es de mala educación decir mentiras a los niños. Inmiscuirse en la vida de otros colectiva o institucionalmente y cometer perjurio. Es de mala educación difamar o adjudicarse méritos a costa de otros. Es de mala educación faltar al respeto al que tienes al lado. Publicar acusaciones metonímicas para libar la imagen pública de una persona o personalidad, de un gobierno, o de una Institución.


Pero, todo esto está a la orden del día. E incluso así y gracias a la mala educación del País, se ganan elecciones, se evitan reconocimientos, se ahorran indemnizaciones y se recortan inversiones necesarias para el bien público.


Se ha llegado a un punto en mi País en el que muchos supuestos ciudadanos viven gracias a la mala educación dominante. Hasta el extremo de estafar a la propia Jefatura del Estado. A los mejores reyes de nuestra historia. A los que nunca habíamos tenido. A quienes han luchado por dar un paso adelante contra el terrorismo. A quienes se han dejado la piel para evitar golpes de estado. A quienes han trabajado por el bien público. Por garantizar un sistema democrático aunque fuera más en la forma que por desgracia, en el uso.


Algunos tenemos que ayudarnos constantemente a nosotros mismos. Cada día. Y no por la crisis.
Lo veníamos padeciendo ya desde hace muchos años, porque nos ha tocado padecerlo todo. Sentir miedo. Luchar contracorriente. Llorar siempre solos. Estimar lo que no merece la pena guardar por el simple hecho de no perder las formas. Alegranos con lo gratuito para superar la rabia infinita que supone el robo. Dar un paso al frente contra la violencia y el terrorismo. Amparar a los que todavía no han crecido. Llorar por aquellos a los que se desquitan por unas arrugas. Poner la cara para que se vea a los sinvergüenzas. Reprimirnos para que se vea a las putas, que no a quien por desgracia ejerce la prostitución como obligación o como contínuo remedio. Evitar el confesionario para que no nos confundan. Soportar la tiranía de las generaciones que nos preceden junto a la banca que los parió. Vomitar sólo en casa. Escribir para ver. Contestar a los infames y a los cobardes. Ponernos de pie cuando nos quieren tumbados...


Por eso, le diría al joven que no se achique ante nadie por ser de su país aunque los ladrones se estén acercando a su puerta. Ni aunque parezcan también como él, jóvenes. Que luche para quemar su antro. Que se levante.
Porque cuanto más grande se haga y cuanto más se estime, más gusanos palidecerán. Y tal vez así, se los lleve el viento... Mar adentro.

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