domingo, 23 de noviembre de 2008

casa mater, domi pater


La casa, la cueva, la guarida, la trinchera, el nido, la fortaleza, el sitio, el descanso, la vivienda, la despensa. El domicilio, la cabaña, la siesta, el empuje, el calor y el hogar, el cobijo.

Y la casa madre, la casa de refuerzo y estructura, la casa de hogar y cura, la casa fuerza. La casa corazón.


Un día un hombre dijo no. Un herido lo maldijo. El coro cantó gravemente. Los tenores abandonaron su altura. No hubo escena, y la platea vacía corrió a esconder su culpa. No hubo acto que el herido quisiera afrontar, enajenado y violentado, que aceptó el dictamen de alguien que se le anticipó. Que lo negó después de ser malquerido y burlado. Que se retractó despúes con excusas poderosas de distancia, de hombría vejada, de ludo, de reglas, de estrategia mercantil. Guerra, al fin y al cabo. Mundo atolondrado. Mejor beber.


Desapareció Eros por algún tiempo invisible, sin que ella se apercibiese de los cómplices. Y luchó por la trinchera, por el calor, por la cura, por el corazón. Por el porvenir. Parió cada día y tres veces por día, mientras se levantaba a por agua durante la noche. Vigilante absorta de sus movimientos. Escuchando el silencio y oyendo sirenas.


No hay quien levante el sopor ceniciento maloliente que vacía el monedero. No hay quien hable, de momento, por si aparece el ángel. Pero la casa es la casa. Y es ella su amparo. Y no encuentra fuera nada que no pueda haber dentro.

Como una guerra cruel neolítica y barrida, como una atmósfera armónica envolvente y anímica, se conforma una nueva era, reconocida y melancólica. Violenta.

Tanatos llegó en un abrir y cerrar de ojos. Como una respuesta rápida a la traición. Como un robo violento y un juego de imbéciles.

Tembló el acuerdo, temblaron los cimientos y los telones. Se desviaron las miradas. Y como la furia antagónica del lar, como bestia invadida por la cólera, como animal encelado y receloso, la confundió.
- No es tu papel. Fuera.
- No tengo otro.
- Fuera.

No hubo sexo ni preámbulos. La carne enfebrecida se vistió y salió a la calle. No hay refugio pero hay retenes. Hay pretexto. Buscó acogida, y casi llegó.

Pero la casa se quedó sin madre. Enmudecida. Los cómplices perplejos, acosaron. La culpa no se dispuso. El hombre está herido. Pater que no miente no puede ser vendido. Bribona y furcia la que abandona, la que huye, la que a todos culpa.

El discurso tan viejo y refrendado, no caló, pero sirvió. Sirvió para que ella no temiera represalias.

Y al fin brotó. En 75 metros cuadrados mientras limpiaba una pocilga. Los niños no estaban. Y la vida, no es un sueño. Solamente las ricas pueden cuidarse y, algunas veces, en celdas.
Anunciada, el penal abre su boca. En silencio y rutina, y sin pájaro cantor.

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