
Se habla durante estos días de aborto.
Aborto referido a parir antes del tiempo en el que el feto pueda vivir y al referido al Estado de derecho, a malograrse.
Respecto a la primera cuestión, no comprendo las cifras debido a las necesidades de natalidad del Estado y a la facilidad con la que sobrevive un niño hoy en día.
Si puedo entender que se mantengan relaciones sexuales negativas y violentas entre los adolescentes y los jóvenes.
Donde se ha criticado duramente el rito gitano del pañuelo introducido en la vagina de la virgen, se abraza la idea de la violencia del pene padre y duro sobre caperucita, en la parte trasera de un coche.
O quizás ellas, en un acto de semirebeldía masoquista de bandera, sean las que bajo la consigna machista de "la no estrecha", de "este cuerpo es mío", de "que no sea mi culito el que pase hambre", sean las que se agarren al macho en un éxtasis violento de ginecola, porrito y alguna pasti.
Al grito del carcamal Carpe Diem tras cinco siglos de aniquilación del locus amoenus.
El asunto es que el feto está sano y quiere vivir. Con todas sus fuerzas. Pero nadie le oye porque está envuelto en otra atmósfera, líquida, que distorsiona su voz. Le impide gritar.
Gritar porque que el que viene sabe que cuenta con la solución a lo que sus antecesores consideraron un problema. Puesto que el que viene ha evolucionado, está superando mensajes y códigos, procedimientos y batallas, culturas y civilizaciones, guerras y hambre, boletines periódicos que mundialmente convocan la insolidaridad.
La naturaleza es muy sabia. Y por eso, nos marcó físicamente la barrera entre la exploración y el conocimiento, entre el placer y la concepción. Porque estamos diseñados para ello, una membrana nos indica a las mujeres, donde se encuentra el límite. Cuál es la puerta. A partir de dónde va a comenzar la cadena de la vida.
Se llama himen.
Y la virginidad no se pierde con el himen. Pero sin el himen si se pierde la inocencia.
No conviene desvirtuar la realidad: la concepción no es asunto de la mujer, sino de pareja.
Ninguna mujer se concibe a si misma. Y ningún desconocido podrá llegar a ser pareja, ni amigo,
ni padre.
Miles de parejas abortan a sus fetos cada año porque se muestran incapaces de hacer lo que durante milenios han hecho sus semejantes. Lo que no vieron hacer a sus abuelos solamente con el 15% de los recursos de los que disponen.
La responsabilidad es de quien, traspasando la barrera natural de la especie provocó el nacimiento de la vida. La responsabilidad es de la sociedad que no educó sexualmente a sus jóvenes. La culpa que se oculta es de quien confundió placer, exploración, relación, con goleada. De quien no aceptó su inconsciencia en pañales y abortó la posibilidad de que alguien mejor naciera para todos.
Si. Existe un ejecutor. Silencioso e implacable. Aquel que marca el nacimiento. Quienes castigan a un padre o a una madre abandonados por su pareja y los condenan a la deriva y a la marginación. Aquel que minusvalora a ese nuevo ser desconociendo su identidad y su lucha por la vida. Aquel que ignora y clasifica. Aquel que viola los dictados de la pureza, de la inteligencia y del amor.
Culpable porque no es inocente ni inconsciente. Culpable por marcar, por herir, por marginar y desnaturalizar lo que no le pertenece.
Porque aquel que no ha venido, simplemente, nos podía haber dignificado.
Pero por lo visto, es mejor que no nazca. No merecerlo. Ni siquiera sentirlo. Malograrlo.
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Y en estas estamos, por otra parte, tratando de conseguir que se malogre nuestro Estado de Derecho.
Que nada funcione, como consigna. Tapaderas, no entendidas como vicio, sino como menú del día.
Sin gobierno se está mejor. Hagamos ver que cumplimos con las reglas de juego capitalistas mientas matamos al pueblo, a la idea, al trabajo, al amor a la tierra, a los jueces, a la cordura o a la mera consciencia.
Destruyamos la solidaridad primero. Falseemos, ridiculicemos y destrocemos los antídotos con argumentos de tiempos pasados. Es la mejor manera de garantizar la Violencia. Y el esperpento, escondido. Como si hubiese muerto. Las niñas de rosa. La envidia como símbolo nacional. Los de siempre al trono. Los lacayos al frente. Sin niñeras. Como si fuésemos aquellos a quienes se consiguió aplacar.
Que los viejos deben morir, a poco que los enfermemos un poco más de miedo y de preocupación. Que el gobierno es un teatro. Que aquí nadie es único, porque solamente nosotros decidimos el quien y el cuándo. Las horas de todos. El escarmiento de los que no nos secundaron. Y la tortura del imbécil que dijo "al ladrón".
En ningún Estado Parlamentario Europeo con los que teóricamente compartimos y confraternizamos se atacan los derechos del pueblo y su conciencia de Estado como está ocurriendo en nuestro País.
En ningún Estado Parlamentario Europeo con los que teóricamente compartimos y confraternizamos ideas y leyes, el pueblo se comporta con tanta cobardía y vileza. El pueblo también roba al pueblo esperanza y conciencia, ciudadanía y valor.
Nos queda una lucha contra los fraticidas y parricidas que no debemos abandonar. Nos queda pendiente una reparación de siglos, de soldados anónimos enterrados, de libros quemados y autores perseguidos. Nos queda una deuda con las nuevas generaciones. Con los que hemos abandonado. Con los que no hemos querido. Con la Argentina que no hemos llorado y de la que no hemos aprendido. Nos queda barrer una cortina de miedo y de indolencia bajo la que nos hemos mudado. Nos queda la lucha. Nos queda el aliento.
Porque sabíamos tanto, no es que no tengamos derecho a abortar, sino a exigir lo que Europa nos brinda.
Pero es mejor considerarlo un problema.
Por eso.
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