miércoles, 8 de octubre de 2008

Robinson


Una de las últimas veces que me enamoré a simple vista, tras saber pocas cosas de él y repasar los días esperándole, fue cuando las cámaras recogieron la salida de Ortega Lara.
Como un Robinson de sabiduría y bondad infinita, tambaleándose en medio del asfalto, molesto por el amasijo de ruido, algarabía y gestiones; caminaba como el naúfrago que todos conocemos, tratando de congeniarse a veces inútilmente, con la luz.

La posesión de Amor nadie pudo quitársela. Ni siquiera los que habían experimentado en versión light el mismo cautiverio cutre que trata de despreciar las condiciones de los centros penitenciarios españoles.
Ortega Lara batió el record al vencer a la mayor crueldad que todos le propiciamos.
Ni siquiera el record de los records del medallero jamaicano, le iguala.

Se que hay muchos otros como él con los que me cruzo no habitualmente; pero si en alguna ocasión. Héroes del silencio y naúfragos de ninguna causa.

De vez en cuando, escucho la entrevista en la que un Sánchez Dragó caballeroso y animoso le pedía detalles de una vida aislada de lo órganico y de lo natural. Ni siquiera experimental. Ni siquiera significada o entendida.
Hubo quien comentó que habría sufrido el síndrome de estocolmo. Yo me pregunto quién es capaz de abrazar a la tortura antes que a una naturaleza similar. Porque quien prefiere abrazar la tortura antes que a un poco de ser humano, es un asesino.
Yo sentí una simpatía extraordinaria hacia este ser humano maravilloso. Que volvió al trabajo en su coche tras la entrevista. Como el héroe natural que quizás ni se tomó una taza de café para mantenerse despierto.

La extraordinaria fe que manifestó a través de sus convicciones, sin precisar de ningún rito. La aceptación de los recursos dados sin más queja que la de la desesperanza. La valentía de incorporarse a una sociedad vaga e inconsciente de su antisolidaridad; el hecho de acudir a una entrevista conociendo de antemano que el feed-back estaba perdido, y sobre la modestia tan patente y diáfana que negaba el equívoco de la mentira...
No pregunto: es lo que se espera de un hombre en la tierra.

Por mucho que queramos descubrir opciones varias, creo que la de Robinson es la más asequible.
Y la de Ortega Lara, la más valiente.

Que Viva, Viva, y Viva.

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